17/09/2012

Una lectura de Lucas (Lc. 1, 39-45)

La visitación de Maria a Isabel

Maria se dirige a la montaña de Judá para visitar a Isabel y pasar un tiempo con ella. Podemos suponer, aunque Lucas no lo explicita, Maria llega a la casa de Zacarías e Isabel es para ayudarla en los últimos meses de su embarazo. Aunque realmente el motivo no tiene demasiada importancia, sinó comprobar como nuevamente Dios se vale de los acontecimientos cotidianos para revelarse a cada uno de nosotros.

Isabel, la misma que era estéril y, por la gracia de Dios, había concebido un hijo cuando su edad era ya avanzada, la misma que se había ocultado una vez ya embarazada, descubre, en el mismo instante en que escucha el saludo de María, que el niño que la joven lleva en su interior, es el Señor. Seguramente, durante los meses que habían transcurrido desde el anuncio del ángel a Zacarías, durante el tiempo en que su hijo iba creciendo en su seno, Isabel había ido asumiendo la presencia de Dios en su vida, y no solo la presencia, sinó su acción. Lo había ido asumiendo poco a poco, entendiendo cada vez con menos reparos cuál era la voluntad del Señor. Por eso, cuando escucha la voz de María, su corazón le da un vuelco "saltó de gozo el niño en su seno e Isabel quedó llena de Espíritu Santo" Sin haberse dejado impregnar pausadamente por Dios no se hubiera llenado de Espíritu Santo, en aquel instante, y sin la gracia de Dios, sólo por si misma no hubiera reconocido a María como "la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor"

Isabel, después de asumir la voluntad de Dios, sabe reconocer en María que la que se fió del Señor sin contemplaciones, con humildad y con total entrega. Isabel reconoce la valentía de María, y no lo hace con envidia, sinó con el gozo de tenerla junto a ella.

A María también la tenemos junto a nosotros, junto a mi, todos los días de mi vida, acompañándome en mis anhelos, en mis necesidades, en mis inquietudes como madre que es, pero he de darme cuenta que para reconocerla tengo que llenarme del Espíritu Santo, es decir, tengo que aceptar, como Isabel, la voluntad de Dios y no imponer mi rotunda humanidad y así, aunque me pregunte "quien soy yo para que la madre de mi Señor venga a mi" María saldrá de Nazaret todos los días a mi encuentro, aunque yo viva en la más alta de las montañas o en el más profundo de los abismos.

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